Frase de la semana

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sábado, 9 de febrero de 2013

Vistazo exclusivo Requiem - 01 Lena - 03 Delirium


Este es otro maldito libro que no me deja dormir!!!.En serio.. de verdad quiero que Lena se quede con Alex, pero pienso que probablemente se va a quedar con Julian :(

Aquí les dejo una parte que la autora publicó en donde habla Lena...

Hay otra parte narrada por Hana, la amiga de Lena, pero la dejaré en otra entrada porque es un poquito larga!!! XD


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La apasionante conclusión de la internacionalmente mejor vendida trilogía
Delirium.

Disponible en Marzo del 2013


Lena

He comenzado a soñar con Portland de nuevo.
Desde que Alex reapareció, resucitado pero también cambiado, torcido, como un monstruo de esas historias de fantasmas que solíamos contarnos de niños, el pasado ha estado encontrando su camino para entrar. Burbujea en las grietas cuando no estoy prestando atención,  y tira de mí con ávidos dedos.

De esto es lo que me advirtieron todos estos años: el peso denso en mi pecho, los fragmentos de pesadillas que me siguen incluso cuando estoy despierta.
Te advertí, dice la tía Carol en mi cabeza.
Te dijimos, dice Rachel.
Deberías haberte quedado. Esa es Hana, alcanzándome a través de una extensión de 
tiempo, a través de capas de memoria de turbio grosor, estirando una mano sin peso hacia mi  mientras me hundo.

Cerca de una docena de nosotros llegamos del norte de la ciudad de Nueva York: Raven, 
Tack, Julian, y yo, y también Dani, Gordo, Pike, además de alrededor de una quincena de otros  que en gran parten están contentos con mantenerse callados y seguir instrucciones.
Y Alex. Pero no mi Alex: un extraño que nunca sonríe, no se ríe, y casi ni habla.
Los otros, esos que estaban usando el depósito fuera de White Plains como hogar, se 
dispersaron al sur o al este. Por ahora, el hogar sin dudas ha sido despojado y abandonado. No  es seguro, no después del rescate de Julian. Julian Fineman es un símbolo, uno importante. Los  zombis lo perseguirán. Querrán encadenar al símbolo, y hacer que signifique sangre, así los  otros aprenderán la lección.
Tenemos que ser extra cuidadosos.

Hunter, Bram, Lu, y algunos otros miembros del viejo hogar de Rochester están esperando por nosotros al sur de Poughkeepsie. Nos toma casi tres días cubrir la distancia; estamos obligados a circunnavegar media docena de ciudades Válidas. 

Entonces, abruptamente, llegamos: los árboles simplemente se acaban en el borde de 
una enorme extensión de hormigón, cruzada por fisuras espesas, y todavía muy débilmente  marcada con líneas blancas fantasmales de plazas de aparcamiento. Autos, oxidados, mondos  de diversas partes de caucho de los neumáticos, trozos de metal todavía posados en el aparcamiento. Se ven pequeñas y ridículas débilmente, como si fueran juguetes antiguos dejados  fuera por un niño.

El aparcamiento fluye como agua gris en todas direcciones, corriendo finalmente contra  una vasta estructura de acero y cristal: un viejo centro comercial. Una señal en bucle de escritura cursiva, rayado blanco con mierda de pájaro, lee centro comercial Empire State.

La reunión es jubilosa. Tack, Raven, y yo rompemos en una carrera. Bram y Hunter también están corriendo, y nos interceptamos a mitad del estacionamiento. Salto sobre Hunter,  riendo, y él tira sus brazos alrededor de mí y me levanta de mis pies. Todos gritan y hablan a  la vez. Hunter me baja, finalmente, pero mantengo un brazo cerrado a su alrededor, como si  fuera a desaparecer. Me estiro y rodeo con el otro brazo a Bram, que está dándole un apretón  de manos a Tack, y de alguna forma terminamos todos amontonados juntos, saltando y chillando, nuestro cuerpos entrelazados, en la mitad de un brillante sol.

—Bien, bien, bien. —Nos separamos, volteamos, y vemos a Lu paseándose hacia nosotros. Sus cejas están alzadas. Ha dejado su pelo crecer, y lo peinó hacia delante, así que se junta sobre sus hombros—. Miren lo que arrastró el gato.
Es la primera vez que me he sentido verdaderamente feliz en días.
Los cortos meses que hemos pasado separados han cambiado a ambos, Hunter y Bram. 
Bram está, en contra de todas las posibilidades, más pesado. Hunter tiene nuevas arrugas en  los bordes de sus ojos, aunque su sonrisa es tan juvenil como siempre.

—¿Cómo está Sarah? —Es todo lo que digo—. ¿Está aquí?

—Sarah se quedó en Maryland —dice Hunter—. El hogar es más fuerte, y no tendrá que 
migrar. La resistencia está intentando avisarle a su hermana.

—¿Qué hay de Grandpa y los otros? —Estoy sin aliento, y hay una sensación apretada en 
mi pecho, como si me siguieran apretando.
Bram y Hunter intercambian una pequeña mirada.

—Grandpa no lo logró —dice Hunter cortamente—. Lo enterramos a las afueras de Baltimore.
Raven mira hacia otro lado, escupe en el pavimento.
Bram añade rápidamente:
—Los otros están bien —se estira y posiciona sus dedos sobre mi cicatriz de procedimiento, la que él me ayudó a falsificar para iniciarme en la resistencia—. Luces bien —dice y 
me guiña.

Decidimos acampar por la noche. Hay agua limpia a una corta distancia del centro comercial viejo, y unos restos de casas y oficinas de negocios que han cedido algunos suministros útiles: unas cuantas latas de comida todavía enterradas bajo los escombros; herramientas oxidadas; incluso un rifle, que Hunter encontró acunado en un par de pezuñas de venado dadas vuelta, debajo de un montículo de yeso derrumbado. Y un miembro de nuestro grupo,  Henley, una baja y callada mujer con una larga, enroscada y gris cabellera, tiene fiebre. Esto le  dará tiempo de descansar.
Para el término del día, una discusión estalla sobre a dónde ir después.

—Podríamos separarnos —dice Raven. Está acuclillada en el agujero que ha limpiado 
para el fuego, avivando las primeras astillas resplandecientes de fuego con la punta carbonizada de una rama.

—Entre más grande sea nuestro grupo, estaremos más a salvo —discutía Tack. Se había 
quitado su chaqueta de lana y sólo estaba usando una camiseta, por lo que los fibrosos músculos de sus brazos eran visibles. El día había estado entibiándose lentamente, y los árboles cobrando vida. Podemos sentir la primavera venir, como una animal revolviéndose suavemente 
en sus sueños, exhalando aire caliente.
Pero ahora está helado, cuando el sol está bajo y la Tierra Salvaje es tragada por grandes 
sombras moradas, cuando ya no nos movemos.

—Lena —ladra Raven. He estado contemplando el inicio del fuego, viendo las flamas enroscarse alrededor de la masa de agujas de pino, ramitas, y hojas quebradizas—. Ve a chequear las tiendas, ¿vale? Oscurecerá pronto.

Raven ha armado la fogata en un barranco poco profundo que debe haber sido un arroyo alguna vez, donde estará de alguna forma protegida del viento. Ha evitado instalar el campamento muy cerca del centro comercial y sus espacios frecuentados, que se cierran encima  de la línea de los árboles, todo metal negro torcido y ojos vacíos, como una nave alienígena  que se ha varado.

Por el terraplén a unas doce yardas, Julian está ayudando a armar las carpas. Está dándome la espalda. Él, también, está usando sólo una camiseta. Únicamente tres días en la Tierra Salvaje ya lo han cambiado. Su cabello está enmarañado, y una hoja está atrapada justo detrás de su oreja izquierda. Luce más delgado, aunque no ha tenido tiempo de perder peso. Esto es solamente el efecto de estar aquí, con las rescatadas ropas demasiado grandes, rodeado de salvaje desierto, un recordatorio perpetuo de la fragilidad de nuestra supervivencia.

Está asegurando una cuerda a un árbol, tirando de ella para tensarla. Nuestras carpas 
son viejas y se han roto y parchado repetidas veces. No se sostienen por su cuenta. Deben ser apoyadas y amarradas entre los árboles y engatusadas a la vida, como velas al viento.
Gordo está revoloteando al lado de Julian, mirando aprobatoriamente. 

—¿Necesitas ayuda? —Me detengo un par de pies más lejos.
Julian y Gordo se dan vuelta.—¡Lena! —El rostro de Julian se ilumina, luego inmediatamente cae de nuevo cuando  se da cuenta que no tengo intenciones de acercarme. Yo lo traje aquí, conmigo, a este lugar 
nuevo y extraño, y ahora no tengo nada para ofrecerle.

—Estamos bien —dice Gordo. Su pelo es rojo brillante, e incluso cuando él no es mayor 
que Tack, tiene una barba que crece hasta la mitad de su pecho—. Ya estamos finalizando.
Julian se endereza y se seca las palmas en la parte trasera del pantalón. Vacila, luego 
cruza el terraplén hacia mí, metiendo un mechón de cabello detrás de su oreja.

—Está helado —dice cuando está a unos metros—. Deberías ir cerca de la fogata.

—Estoy bien —digo, pero pongo mis manos en los brazos de mi cazadora. El frío está en 
mi interior. Sentarse al lado de la fogata no ayudará—. Las tiendas lucen bien.

—Gracias. Creo que le estoy pillando el truco. —Su sonrisa no llega a sus ojos completamente.
Tres días: tres días de tensas conversaciones y silencio. Sé que se pregunta qué ha cambiado, y si se puede cambiar de vuelta. Sé que lo estoy lastimando. Hay preguntas que se está  forzando ano preguntar, cosas que está luchando por no decir.
Me está dando tiempo. Es paciente, gentil.

—Te ves bonita con esta luz —dice.

—Debes estar volviéndote ciego. —Tenía la intención de que sonara como broma, pero 
mi voz es suena demasiado severa en el aire.

Julian sacude la cabeza, frunciendo el ceño, y aparta la mirada. La hoja, de un amarillo 
vívido, todavía está enredada en su pelo, detrás de so oreja. En ese momento, estoy desesperada por estirarme, removerla, y pasar mis dedos por su pelo y reírme con él sobre ello. Esto  es la tierra salvaje, diría yo. ¿Te lo imaginabas? Y él encajaría sus dedos entre los míos y apretaría. Él diría, ¿Qué haría yo sin to?
Pero no me atrevo a moverme.

—Tienes una hoja en tu pelo.

—¿Una qué? —Julian luce sobresaltado, como si lo hubiera llamado desde un sueño.

—Una hoja. En tu pelo.
Julian se pasa la mano impacientemente a través del pelo.

—Lena, yo…
Pum.El sonido de un disparo de rifle nos hace saltar a los dos. Los pájaros parten de los árboles detrás de Julian, temporalmente oscureciendo el cielo todas a la vez, antes de desaparecer  en formas individuales. Alguien dice “maldición.”
Dani y Alex emergen desde los árboles detrás de las carpas. Ambos llevan rifles colgados 
en sus hombros. Gordo se endereza.

—¿Ciervo? —Pregunta. La luz está se ha ido casi por completo. El cabello de Alex luce
casi negro.

—Demasiado grande para ser un ciervo —dice Dani. Ella es una mujer grande, de hombros anchos y una frente plana y amplia y ojos almendrados. Me recuerda a Miyako, que murió 
antes que fuéramos al sur el invierno pasado. La quemamos en un día frío, justo antes de la 
primera nevada.

—¿Oso? —Pregunta Gordo.

—Puede haber sido —responde Dani cortamente. Dani es más afilada de lo que era Miyako: deja que la Tierra Salvaje la talle, la esculpa en acero.

—¿Le diste? —Pregunto, demasiado ansiosa, aunque ya sé la respuesta. Pero estoy sugestionando a Alex para que me mire, para que me hable.

—Puede que solo le haya cortado —dice Dani—. Es difícil de decir. Pero no fue suficiente para detenerlo, de todas formas.
Alex no dice nada, no registra mi presencia, siquiera. Sigue caminando, abriéndose paso 
por las tiendas de campaña, delante de Julian y yo, lo suficientemente cerca que imagino que  puedo olerlo —el viejo aroma a pasto y madera secada al sol, un olor a Portland que hace que  me den ganas de gritar, y enterrar mi cara en su pecho, e inhalar. 
A continuación se está encaminando por el terraplén mientras la voz de Raven flota hacia nosotros:
—La cena esta lista. Coman o pierdan.

—Vamos. —Julian roza mi codo con la yema de los dedos. Gentil, paciente.
Mis pies me vuelven, y me mueven por el terraplén, hacia la fogata, que ahora arde caliente y fuerte; hacia el chico que se convierte en sombras parado a su lado, borrado por el  humo. Eso es lo que Alex es ahora: una sombra de chico, una ilusión.
Por tres días no me ha hablado o mirado para nada. 
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Ally Carter